Hay un
dicho muy conocido: «La mente es espontáneamente dichosa si no se la fuerza, lo mismo que
el agua es por naturaleza transparente y clara si no se la agita».
¿Es realmente tan difícil ver el karma en funcionamiento? ¿Acaso no nos basta contemplar nuestra propia vida para ver
claramente las consecuencias de algunos de nuestros actos? Cuando perjudicamos
o herimos a alguien, ¿no se volvió nuestra acción contra nosotros? ¿No nos quedó un recuerdo amargo y negro, y las sombras del
autodesprecio? Ese recuerdo y esas sombras son karma. Nuestros hábitos y temores también se deben al karma y son consecuencia de actos, palabras o
pensamientos del pasado. Si examinamos nuestras acciones y les prestamos
verdadera atención, veremos que hay una pauta que se repite en nuestros
actos. Cada vez que actuamos de un modo
negativo, la consecuencia es dolor y sufrimiento; cada vez que actuamos de un
modo positivo, tarde o temprano el resultado es felicidad.
La práctica de la presencia mental desactiva nuestra
negatividad, nuestra agresividad y nuestras emociones turbulentas. Más que suprimir las emociones o entregarse a ellas,
lo importante aquí es contemplarlas, y contemplar los
pensamientos y cualquier cosa que surja, con una aceptación y una generosidad lo más abiertas y amplias posible. Los maestros
tibetanos dicen que esta sabia generosidad tiene el aroma del espacio
ilimitado, tan cálida y acogedora que uno se siente envuelto y
protegido por ella, como por una manta hecha de rayos solares.
DESTELLOS DE SABIDURIA
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