Las células de nuestro cuerpo mueren,
las neuronas de nuestro cerebro se deterioran, hasta la expresión de nuestra cara está siempre cambiando según nuestro estado de ánimo.
Lo que llamamos nuestro
carácter básico sólo es un «continuo mental», nada más. Hoy estamos contentos porque
las cosas marchan bien; mañana sentimos lo contrario.
¿A dónde se fue aquella sensación de contento?
Nuevas
influencias nos dominaron cuando cambiaron las circunstancias.
Somos
impermanentes, las influencias son impermanentes, y en ninguna parte hay nada sólido ni duradero que podamos
identificar.
¿Qué puede haber más imprevisible que nuestros
pensamientos y emociones? ¿Tienes tú idea de lo que vas a pensar o sentir la semana
que viene?
Nuestra mente, en realidad, es tan vacía, tan impermanente y efímera como un sueño.
Observa un pensamiento:
viene, permanece un tiempo y se va.
El pasado ya ha pasado, el futuro aún no ha surgido e incluso el
pensamiento presente, mientras lo experimentamos, se convierte en pasado.
Un ser humano es parte de un todo al que llamamos
“universo”, una parte limitada en el tiempo y en el espacio.
Este ser humano se
ve a sí mismo, sus pensamientos y sensaciones, como algo separado
del resto, en una especie de ilusión óptica de su
conciencia. Esta ilusión es para nosotros como una cárcel que nos limita a
nuestros deseos personales y a sentir afecto por unas pocas personas que nos
son más próximas.
Nuestra tarea ha de consistir en liberarnos de esta
cárcel
ampliando nuestros círculos de compasión de modo que
abarquen a todos los seres vivos y a toda la naturaleza en su esplendor.
Albert Einsten
Albert Einsten
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