Sogyal 
Rimpoché menciona que para comprender la vida y la muerte 
debemos entender la naturaleza de la mente, lo que podríamos llamar 
nuestra esencia más profunda. 
Las enseñanzas orientales muestran que si 
todo lo que conocemos de la mente es el aspecto de ella que se disuelve 
al momento de morir (rutinas, superficialidades, mera información), no 
tendremos idea de lo que se perpetúa, ningún conocimiento de esta nueva 
dimensión de una realidad más profunda. Así pues, es esencial que nos 
familiaricemos con la naturaleza de la mente cuando aún estemos vivos. 
Solo así estaremos preparados cuando se revele espontánea y 
poderosamente en el instante de partir.
La razón más profunda de 
nuestro temor a la muerte es, posiblemente, que ignoramos quiénes somos. Los occidentales dependemos de una identidad basada 
en documentos, relaciones afectivas, familia, ocupación, títulos 
académicos y dinero, lo cual resulta un sostén tan efímero y frágil que,
 al desvanecerse con la idea de la partida final, veremos “una persona a
 la que no conocemos, un extraño desconcertante con quien hemos vivido 
siempre, pero al que, en el fondo, nunca hemos querido tratar”.
Una gran razón por la 
cual nos cuesta afrontar la muerte es que ignoramos la verdad de la 
impermanencia. Deseamos que todo siga tal y como está de una manera tan 
desesperada que necesitamos persuadirnos de que las cosas no cambiarán 
jamás. A nuestros ojos, los cambios equivalen a 
pérdida y sufrimiento. Y, cuando se producen, procuramos anestesiarnos. 
“Nos obstinamos a creer, terca e incuestionablemente, que la permanencia
 proporciona seguridad y la impermanencia, no”. Tomarse en serio la 
impermanencia es liberarse poco. Y eso nos lleva a reducir el 
aferramiento emocional que tenemos a lo terrenal.
Las vivencias 
tristes suelen ser las más desconcertantes, puesto que solemos 
interpretarlas como una mala señal. Sin embargo, lo cierto es que las 
experiencias negativas son una bendición disfrazada, por ello debemos 
intentar no reaccionar ante ellas con aversión, tal como lo haríamos 
normalmente, y reconocerlas como son: meras experiencias, ilusorias y 
parecidas a un sueño. Es más, los verdaderos obstáculos en la vida 
pueden aparecer con las experiencias positivas. “Cuando las cosas van 
bien, debéis tener mucho cuidado y estar especialmente atentos para no 
volveros autocomplacientes o confiados en exceso”. En resumen: debemos 
permanecer libres del apego a las buenas experiencias y libres de 
aversión a las malas.
Rimpoché cuenta que en cierta 
ocasión, una anciana le preguntó al Buda sobre cómo meditar. Él le 
aconsejó que cada vez que sacara agua del pozo permaneciera atenta a 
todos y cada uno de sus movimientos de las manos. Ese ejercicio permite 
“traer a casa la mente dispersa”, lo cual se conoce como “permanecer 
apaciblemente” o “morar en calma”. La práctica de la atención desactiva 
nuestra negatividad, nuestra agresividad, nuestro dolor, nuestro 
sufrimiento y nuestra frustración. En lugar de reprimir nuestras 
emociones, lo importante aquí es contemplarlas. Solo cuando hayamos 
eliminado el daño que tenemos dentro podremos ser útiles a los demás, 
indica.
Todo puede 
convertirse en una invitación a la meditación: una sonrisa, un rostro en
 el autobús, la visión de una pequeña flor, el drapeado de una bonita 
tela en el escaparate de una tienda, el modo en que el rayo de sol 
ilumina las macetas. Debemos estar atentos a cualquier signo de belleza y
 de gracia. “Ofreced cada alegría y permaneced siempre despierto a las 
noticias que llegan del silencio”. Aunque
 esas noticias lleguen disfrazadas de una aparente tristeza, la cual 
deberíamos tomar como una parte más de una buena vida. (M.P.) (I)